sábado, 13 de abril de 2013

RANCIOS RECUERDOS DEL RANCIO COLEGIO DEL PILAR


Tenía mis recuerdos en un rincón de la memoria, esa parte del disco duro residual a la que no se hace caso durante mucho tiempo y un día sale a la luz.
El escrito de Joaquín en su blog me los ha rescatado
Mis recuerdos del Colegio del Pilar de Caspe, no son tan dulces como los de Joaquín, es más, casi diría que son amargos, casi con los mismos profesores que el disfrutó durante seis años en mi caso podría decir que padecí.
Llegué a la clase de primaria, tenía nueve años y procedía del colegios de Las monjas, aquella clase, donde hoy están las oficinas del INAEM, la regentaba el temido D.Rafael, grande, muy grande, me pareció la primera vez que lo vi, una pizarra enorme, la temida tarima, una pequeña estufa de leña que hacía más humo que daba calor, también es verdad que el calor lo ponía D.Rafael, a base de palos, gritos, amenazas y castigos, ¿para qué queríamos estufa si nos tenía “acojonados”.
También había chicas, pocas, pero alguna había , y no por eso se libraban del consiguiente castigo físico.
Fue el año del “ingreso” para más tarde hacer el bachillerato, fue el primer o segundo día de clase, el Libro de España, con las andanzas de Antonio y Gonzalo, mi primer martirio gramatical, toda la clase en círculo, hoy toca análisis gramatical y sintáctico, un fallo tras otro suponía poner las palmas de la mano a merced de aquella vara de sabina o mimbre, según el capricho del profesor, o mejor, martirizador de niños y niñas, con apenas nueve años.
Aquella tarde, eterna, la recuerdo con precisión, el dolor de los palos acumulados, también, todavía me duelen las manos cuando lo recuerdo.
Fue mi única rueda y mi única tanda de castigo corporal, mejor dicho manual, ese día decidí que no volvería a pasar por esa maldita rueda, así que ,¡ a estudiar gramática, y análisis!.
No quiere decir que me librara de los palos correspondientes a lo largo del curso, al menos tres o cuatro veces por semana alguno caía, pero no continuados como aquella tarde.
“La letra con sangre entra”; lanzamiento de cepillo, había que estar atentos para bajar la cabeza a tiempo, gritos, provocaciones al Cristo que presidía la clase, “baja si te atreves...”, “veinte años desasnando burros entre estas cuatro paredes”, ver como se quitaba el exiguo jersey, única prenda de abrigo invernal que le vi en todo el año, y a pasar todos por el castigo en las manos.
Y que decir de cuando dejaba de fumar aquellos malolientes Celtas Cortos, mandaba a uno de los acojonados alumnos a la farmacia a recargar la pipa de menta, y hasta que venía y daba las primeras caladas que lo apaciguaban, cualquier cosa podía pasar, lo más probable una tanda de palos.
Afortunadamente solo fue un año, aprobé el ingreso y mi paso al bachillerato dulcificó un tanto mi estancia en el Colegio del Pilar.
A D. Rafael solo lo padecíamos en matemáticas, yo nunca tuve al Sr. Campos, el Sr. Alloza nos daba gramática y de vez en cuando una clase de canto, la Srta Goyita, ciencias naturales, geografía y dibujo, el Padre Samuel religión y Formación del Espíritu Nacional, no lo recuerdo, pero no fue Octavio Jover.
En segundo de bachillerato, repetíamos profesores con la incorporación de Carmen Albiac que nos dio francés, la cosa en estos dos cursos no fue tan dura y dolorosa como el curso de primaria previo al ingreso.
Me gustaba especialmente las clases del Sr Alloza cuando nos ponía el deber de la redacción, recuerdo especialmente aquella que teníamos que relatar la etapa de la “Vuelta a España en avioneta”, la que trajo Vicente Olona al incipiente y mas tarde fracasado aeródromo caspolino, la recuerdo especialmente por la felicitación del Sr Alloza, y eso era como la concesión de un premio literario, también con el mismo profesor cuando intentó que aprendiéramos aquello de “si la nieve resbala que harán las rosas. Hay amor, si la nieve resbala que haré yo”, creo que no consiguió una sola entonación, éramos duros de oído.
No fueron felices estos dos años de bachillerato, pero al menos tampoco traumáticos como si lo fue el año de “ingreso”.
Mi salida del Colegio del Pilar, si la recuerdo, con nitidez, nos dieron la cartilla de calificaciones, la que llegaba de Reus, salía de recibirla y en el claustro me topé con D. Rafael, ¿qué cuantas?, me preguntó, era junio, “lo he aprobado todo”, le contesté, y lo mejor es que no volveré a este colegio, le dije, me voy a Sigüenza el curso que viene, salí por esa puerta que hoy está cerrada, sin volver la vista atrás, con la satisfacción de haber aprobado el curso completo, y sobre todo con la ilusión de afrontar una nueva etapa de mi formación lejos de aquellas paredes que olían a rancio, a humedad y a miedo.

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