Tenía mis recuerdos en un rincón de
la memoria, esa parte del disco duro residual a la que no se hace
caso durante mucho tiempo y un día sale a la luz.
El escrito de Joaquín en su blog me los ha rescatado
Mis recuerdos del Colegio del Pilar de
Caspe, no son tan dulces como los de Joaquín, es más, casi diría
que son amargos, casi con los mismos profesores que el disfrutó
durante seis años en mi caso podría decir que padecí.
Llegué a la clase de primaria, tenía
nueve años y procedía del colegios de Las monjas, aquella clase,
donde hoy están las oficinas del INAEM, la regentaba el temido
D.Rafael, grande, muy grande, me pareció la primera vez que lo vi,
una pizarra enorme, la temida tarima, una pequeña estufa de leña
que hacía más humo que daba calor, también es verdad que el calor
lo ponía D.Rafael, a base de palos, gritos, amenazas y castigos,
¿para qué queríamos estufa si nos tenía “acojonados”.
También había chicas, pocas, pero
alguna había , y no por eso se libraban del consiguiente castigo
físico.
Fue el año del “ingreso” para más
tarde hacer el bachillerato, fue el primer o segundo día de clase,
el Libro de España, con las andanzas de Antonio y Gonzalo, mi primer
martirio gramatical, toda la clase en círculo, hoy toca análisis
gramatical y sintáctico, un fallo tras otro suponía poner las
palmas de la mano a merced de aquella vara de sabina o mimbre, según
el capricho del profesor, o mejor, martirizador de niños y niñas,
con apenas nueve años.
Aquella tarde, eterna, la recuerdo con
precisión, el dolor de los palos acumulados, también, todavía me
duelen las manos cuando lo recuerdo.
Fue mi única rueda y mi única tanda
de castigo corporal, mejor dicho manual, ese día decidí que no
volvería a pasar por esa maldita rueda, así que ,¡ a estudiar
gramática, y análisis!.
No quiere decir que me librara de los
palos correspondientes a lo largo del curso, al menos tres o cuatro
veces por semana alguno caía, pero no continuados como aquella
tarde.
“La letra con sangre entra”;
lanzamiento de cepillo, había que estar atentos para bajar la cabeza
a tiempo, gritos, provocaciones al Cristo que presidía la clase,
“baja si te atreves...”, “veinte años desasnando burros entre
estas cuatro paredes”, ver como se quitaba el exiguo jersey, única
prenda de abrigo invernal que le vi en todo el año, y a pasar todos
por el castigo en las manos.
Y que decir de cuando dejaba de fumar
aquellos malolientes Celtas Cortos, mandaba a uno de los acojonados
alumnos a la farmacia a recargar la pipa de menta, y hasta que venía
y daba las primeras caladas que lo apaciguaban, cualquier cosa podía
pasar, lo más probable una tanda de palos.
Afortunadamente solo fue un año,
aprobé el ingreso y mi paso al bachillerato dulcificó un tanto mi
estancia en el Colegio del Pilar.
A D. Rafael solo lo padecíamos en
matemáticas, yo nunca tuve al Sr. Campos, el Sr. Alloza nos daba
gramática y de vez en cuando una clase de canto, la Srta Goyita,
ciencias naturales, geografía y dibujo, el Padre Samuel religión y
Formación del Espíritu Nacional, no lo recuerdo, pero no fue
Octavio Jover.
En segundo de bachillerato, repetíamos
profesores con la incorporación de Carmen Albiac que nos dio
francés, la cosa en estos dos cursos no fue tan dura y dolorosa como
el curso de primaria previo al ingreso.
Me gustaba especialmente las clases del
Sr Alloza cuando nos ponía el deber de la redacción, recuerdo
especialmente aquella que teníamos que relatar la etapa de la
“Vuelta a España en avioneta”, la que trajo Vicente Olona al
incipiente y mas tarde fracasado aeródromo caspolino, la recuerdo
especialmente por la felicitación del Sr Alloza, y eso era como la
concesión de un premio literario, también con el mismo profesor
cuando intentó que aprendiéramos aquello de “si la nieve resbala
que harán las rosas. Hay amor, si la nieve resbala que haré yo”,
creo que no consiguió una sola entonación, éramos duros de oído.
No fueron felices estos dos años de
bachillerato, pero al menos tampoco traumáticos como si lo fue el
año de “ingreso”.
Mi salida del Colegio del Pilar, si la
recuerdo, con nitidez, nos dieron la cartilla de calificaciones, la
que llegaba de Reus, salía de recibirla y en el claustro me topé
con D. Rafael, ¿qué cuantas?, me preguntó, era junio, “lo he
aprobado todo”, le contesté, y lo mejor es que no volveré a este
colegio, le dije, me voy a Sigüenza el curso que viene, salí por
esa puerta que hoy está cerrada, sin volver la vista atrás, con la
satisfacción de haber aprobado el curso completo, y sobre todo con
la ilusión de afrontar una nueva etapa de mi formación lejos de
aquellas paredes que olían a rancio, a humedad y a miedo.
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